La comida rusa puede no ser mundialmente conocida como lo es la italiana o la francesa, pero siempre tiene algo que puede sorprender a los paladares que creen que ya lo han probado todo. En Rusia la comida toma muchos aspectos culturales importantes: en primer lugar es una cuestión de identidad dada la enormidad geográfica de Rusia; en segundo lugar, es una de las pocas gastronomías en las que conviven todo el tiempo ambos polos socioeconómicos, es decir, gran parte está caracterizada por ser comida de las áreas rurales rusas y, por el otro lado, es la comida sumamente delicada que estaba destinada a los palacios y que logró sobrevivir dentro de la cultura alimenticia; finalmente, la comida es la principal fuente de energía para los rusos para poder sobrevivir a los voraces inviernos que a ellos les tocan, por lo cual resultará normal encontrar materias primas como lo son las papas, las remolachas o betabeles, productos fermentados y demás.
Con estas ideas ya en mi mente, el día de ayer decidí librarme de las ganas que me habían quedado semanas antes de ir al restaurante Kolobok en la colonia Santa María la Ribera. Un restaurante pequeño, con no más de 15 mesas, y que, poco a poco, se ha vuelto un "restaurante de barrio" para mis vecinos en donde podemos encontrarnos desde parejas, viejitos, comedores solitarios y familias completas que van a degustar los platos que el ruso prepara. El lugar es atendido en la sección de las empanadas por el dueño, un señor ruso que siempre se le puede ver trabajando en su local y que se asegura que la comida sepa a lo que él comía en su casa, muchos puntos extra a su favor.
El lugar se llama así por un cuento infantil ruso que habla de una pareja de viejitos que querían hacer un kolobok, una bola de masa frita, el cual, al quedarse reposando en la ventana se escapa y se encuentra a varios animales que amenazan con comérselo. A cada uno de los animales les canta una canción sobre como se ha salvado de ser comido y como es fácil escapar, hasta que se encuentra con una zorra que emplea toda su astucia hasta que - ¡bam! - se lo come. El cuento se encuentra en la pared del local y hace que el comensal sonría.
Para comenzar Chu y yo pedimos sopa, la cual tiene la misma importancia que los platos fuertes para los rusos, por lo cual todos los platos de sopa vienen muy bien servidos, con grasita y preparados de manera que uno entra en calor en cuestión de segundos. Yo pedí la super tradicional sopa Borsch, la cual es una sopa esencialmente de verduras con carne deshebrada, tiene betabeles en juliana lo cual le da un color rojo a la sopa, encima se le pone crema y -hop- se come. A pesar de que nunca he sido fanática - y de hecho he pecado de todo lo contrario - del betabel, debo decir que la sopa Borsch del Kolobok me hizo agua la boca y le devoré hasta el final de los finales. Chu pidió - él si se negó al betabel - una sopa de albóndigas, la cual sabía como si mi abuelita rusa la hubiera preparado para hacerme sentir bien en una tarde de mucho frío. Las albóndigas estaban perfectamente bien preparadas y jugositas y, aún así, no le robaban nada al caldo, el cual estaba simplemente suculento.
De segundo plato yo pedí unos ravioles llamados Vareniki, los cuales puedes estar rellenos de requesón o de champiñones; siendo una fanática perdida y confesa de los hongos, opté por los ravioles rellenos de champiñones. Venían 15 en el plato, espolvoreados con perejil y con un platito con crema al lado para ponerle al gusto, si bien no dejan de ser ravioles, resultan ser muy distintos a los de la comida italiana y tienen un sabor muy peculiar que les recomiendo muchísimo. Finalmente, Chu pidió un Cheburék, es decir, una empanada de carne molida grande. Por más que yo hubiera querido pensar que una empanada es una empanada y que no tiene mayor profundidad, la masa con la que está preparada es increíble, tiene un sabor fantástico que tan ganas de que no se acabe nunca, si a eso le sumamos que está crujiente y suave al mismo tiempo, nos ponemos de pie y le aplaudimos al ruso por su labor en hacer empanadas las cuales, por cierto, se venden fuera del local con muchas opciones de relleno y a precios super módicos.
De tomar yo pedí un Kompót, que es un ponche de frutas frío que, al parecer, es típico de Rusia, aunque en el local también sirven Kvas, una bebida alcohólica fementada rusa y cerveza rusa. De la misma manera, cabe mencionar que toda la comida está acompañada por una canastita de pan que el mesero va rellenando con el pan ruso, que se vende por la hogaza o media hogaza dentro del restaurante, y que es simplemente fantástico.
Finalmente, yo pensé que nos iba a llegar un cuentón por andar comiendo cosas exóticas, pero - fuera de que me hicieron válido el descuento por hacer check-in en Foursquare - los precios son sumamente bajos para la calidad y cantidad de comida que ofrecen.
Definitivamente pienso hacer de Kolobok mi lugar de cabecera y uno de mis lugares favoritos para morir de un empacho sonriendo.
La dirección de Kolobok es Salvador Díaz Mirón # 87, esquina con Dr. Atl frente al quiosco morisco de Santa María la Ribera.
![]() |
| Kompót, sopa de albóndigas y sopa Borsch |
![]() |
| Cheburék (empanada de carne molida grande) |
![]() |
| Vareniki (ravioles de champiñones con crema) |


.jpg)